Llevaba una muerte en el bolsillo. Los labios secos, el alma
seca, como tendida al sol a pleno mediodía. Hambriento de todo, la mano
escondida cuidando la muerte -su muerte-, que no se escape, que no caduque, que
no se olvide, que no. Cruzaba mirando a ambos lados, trabajaba en silencio toda
la mañana, toda la tarde, dormir toda la noche, y la mañana, la noche, el olor
de las uvas, la pequeña muerte, el hambre. Caminar en círculos frente a cajones
llenos de papeles, vacíos de recuerdos, muertes diseminadas, un colchón en el
piso, noche, colchón que espera el cuerpo abatido, abatido el colchón en la
espera del cuerpo, colchón que el abatido cuerpo espera. No hay más que dos
caras en la noche, rostro blanco rostro con manchas rostro de pequeña caja en
el bolsillo y las muertes diseminadas en los rincones, durmiendo. Cruza
mirando, trabaja, tiene las uñas negras como las uvas envasadas que no son ya
uvas ni son negras, y la muerte en el bolsillo, la primera edición de los 20 y
ahora el papel chamuscado. Habrá de saber, habrá de soñar en el colchón, habrá
miedo, vacíos, pasado, dedos sin manchas, rostro blanco en la cuna y ahora la
mano en el bolsillo la calle que aleja el humo de la boca hambrienta la pequeña
muerte abrazada por los dedos, la muerte diminuta, tibia enroscada en la mano,
la muerte pequeña frente a otra, la muerte grande fría frente a la caja, cruzar
sin mirar
la muerte.
1 comentario:
Dulce como una molécula de cianuro.
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